Hace unos días me encontraba sumida en mis pensamientos, cuando me di cuenta de que tenía la mirada perdida y que mis ojos se habían enganchado una vez más a un punto fijo. Afortunadamente esta vez no era la cara de alguien, sino las piernas, lo cual me consuela, porque despertar estando despierta mientras llevas diez minutos mirando sin mirar a la cara de alguien, resulta excesivamente violento para mí. Lo que me hizo “aterrizar” en la cocina de mi abuela, fue más la sorpresa de ver piernas dónde antes sólo se intuían, que cualquier otra circunstancia. De repente, me descubro mirando atónita el trasero de mi abuela mientras cocinaba para cinco, y observo con detalle aquella pieza de ropa que no encaja en el contexto. Posteriormente, confirmo mis sospechas: detrás de ese delantal babero mi abuela lleva, por primera vez que yo sepa, pantalones.
Un acto aparentemente tan insignificante, ponerse pantalones, en cuestión de segundos se convierte en algo cargado de contenido simbólico, de una importancia vital extraordinaria. Y es que fue ella misma la que se delató: al preguntarle por qué había empezado a usar esa prenda, se emocionó de forma contenida, y respondió sin decir nada y diciéndolo todo.
Mi abuela, a la cual debo mi nombre, tiene setenta y siete años, y hace un año que es viuda de mi abuelo, después de cincuenta y tres años de matrimonio. Desde entonces, ha dedicado su tiempo libre a recuperar viejas amistades -las que se quedaron por el camino mientras ella cuidó durante años a mi abuelo dependiente- a hacer excursiones, a jugar al bingo, a ir a conferencias, a participar en talleres de memoria, y recientemente a hacer gimnasia. Cosas que durante su matrimonio jamás se le hubiera ocurrido hacer, porque como ya sabemos, la servidumbre femenina no entiende de ocio ni de tiempo libre. A esta edad, está empezando a descubrir qué es cuidar de sí misma, de su cuerpo y de su mente; que es no tener que estar sometida a la voluntad de los demás, que es convivir sin otro juicio que el de una misma. Se ha tenido que enfrentar a sus miedos y a sus temores, a sí misma y a su historia de vida, a su pasado y a la forma de pensar que ha regido cada uno de sus pasos.
Mientras manipula los alimentos, cuenta que su madre, mi bisabuela, siempre vistió con el traje típico de payesa mallorquina, y jamás se quitó el pañuelo de la cabeza que llevaba siempre anudado debajo de la barbilla. De hecho, la enterraron con el pañuelo puesto. Mi abuela es la primera generación de mujeres de mi familia que dejó de usar el traje de payesa, algo sorprendentemente reciente. Se me ocurrió preguntarle si en su época recuerda haber visto mujeres con pantalones, explicó que no las había, porque las mujeres empezaron a usarlos hace muy poco tiempo. Mencionó mujeres de mi familia, y repasó mentalmente en qué época empezaron a usar pantalones: unas más tarde y otras más pronto, pero siempre casi en la actualidad. Lamento no poder consultar ningún documento sobre historia que contemple las mujeres y sus ropajes en Mallorca, pero sí puedo asegurar que en torno al 1838 en Mallorca había mujeres que llevaban pantalones. Un ejemplo concreto es el de Valldemossa, se llamaba George Sand, una mujer pensadora excepcional, escritora y periodista liberal que residió varios años en Mallorca portando pantalones. Decir que no comparto la opinión de mi abuela: en la historia de Mallorca y en la de mi abuela posiblemente siempre han habido mujeres que han llevado pantalones, pero estas mujeres no estaban lo suficientemente oprimidas y ni eran lo bastante pobres como para cruzarse por su vida.
Pantalón, un trozo de tela confeccionado de una determinada manera, una prenda cargada de contenido cultural asociado al poder masculino, empieza a cobrar importancia a medida que su utilidad y su funcionalidad compensan. Mi abuela no sólo se ha puesto pantalones por primera vez, ha hecho algo mucho más importante que eso: ha renunciado a las faldas que no le permitían hacer gimnasia, ha redirigido su vida en función de sus necesidades de auto cuidado, ha renunciado a su permanente pensamiento de que las mujeres no debemos llevar los pantalones y los ha interiorizado hasta el punto de usarlos incluso mientras cocina. Ha tenido la oportunidad de coger las riendas de su vida, empezando por ponerse lo que hasta entonces sólo había llevado su marido: por fin mi abuela lleva los pantalones en casa.